Cuando uno revisa las publicaciones, barómetros y estudios varios sobre movilidad hay algo que resulta chocante. En muchos de esos estudios se habla de usuarios de la bicicicleta a personas de clase media y alta, con estudios superiores y una fuerte sensibilidad medioambiental.
El perfil del usuario de bicicleta sigue siendo el habitual. Los hombres, los menores de 40 años y los que cuentan con formación superior son los que más la utilizan, mientras que las mujeres, la gente mayor y los que tienen un nivel de estudios bajo son los que muestran menor interés por la misma.
Cuando uno pasea por Murcia, estos datos chocan de lleno con la realidad que existe más allá de la frontera sur del río y más allá de las vías que delimitan la ciudad al oeste, este y norte. Murcia, como otras ciudades presenta una estructura semiurbana con una población dispersa. Fuera del núcleo urbano, en las zonas agrícolas que las delimitan se suelen ver muchas bicicletas. En las plantas de procesado y conserveras, se suelen ver muchos aparcabicis con muchas bicicletas, pero obviamente no responde al modelo de usuario urbano que nos presentan publicaciones, estudios y por supuesto la publicidad.
Este usuario de la bici, en muchos casos emigrante, que usa la bici como un elemento para potenciar el ahorro y/o compensar la falta licencia de conducción y que, en muchos casos, constituye el único elemento de transporte disponible ante la falta de conexiones efectivas de transporte público.
Recientemente acudí a una charla sobre movilidad . El ponente nos mostró la evolución histórica del pensamiento arquitectónico y urbanista desde principios del siglo XX hasta la fecha con una tradición enfocada a favorecer el uso del coche privado. Destacaría de la charla su exposición sobre el derribo de la Penn Station en Manhatan y varios conceptos a destacar.
Estos conceptos comparten un principio muy útil en una época de austeridad. Es barato hacer una ciudad más amable.
Un aspecto a destacar no sólo por su variante económica sino educativa y practica, el espacio de negociación compartida. Lugares donde se eliminan señales y se da libertad, dentro de unos parámetros generales de seguridad, a los usuarios del espacio para compartir sus diferentes formas de movilidad sin una multitud de señales, que mas que ayudar a la seguridad, ayudan a la distracción sobre lo más importante, el resto de usuarios.
En el caso de Murcia, valoro excepcionalmente su aportación por una red ciclable aprovechando las sendas creadas por la red de acequias, que se distribuyen como venas, arterias y pequeños capilares por todo el territorio de la ciudad.
Y este es el nexo para lo expuesto en la primeras líneas y donde surgió el bendito conflicto fruto del posterior debate y en que al defender en exclusiva el problema de la movilidad ciclista como urbano, un vecino de Puente Tocinos, barrio, pedanía, distrito de esta ciudad, chocó de frente con la estructura de nuestra querida ciudad.
Con un punto de vista alejado del centro histórico, nos mostró referentes históricos del uso de la bicicleta en Murcia, tanto a nivel de oficios como particulares en el uso de la bicicleta por parte de los habitantes de los suburbios y huerta adyacente. Por su parte se cuestionó la importación de modelos ciclables del resto de Europa a ciudades del mediterráneo con unas características socio-culturales diferentes y que en el caso de Murcia pacifican su centro a cambio de su extrarradio, en su opinión.
La respuesta vino como no, desde el centro, supongo que a nivel de residencia y aseguro que desde el centro norte de la sala. Este asistente, recomendaba no importar un modelo, sino la cultura de la movilidad del norte de Europa. Una cultura que va más allá de condicionantes socio económicos y más orientado a una conciencia social y ambiental. Y añadió una recomendación a la que me sumo. Un libro, Utopía de Tomas Moro (1516).
Leído el libro sigo vacunado contra todas las utopías e insisto, la movilidad como las utopías, no es para pobres.
Carolus Rex